¿Es rentable el gasto público en educación en términos de bienestar?

Rubén Rubio-Ortiz, David Patiño, Francisco Gómez-García


Palabras clave: gasto público en educación, bienestar subjetivo, política educativa, retorno social, economía de la felicidad

La mejora económica de las familias, junto a la democratización educativa y políticas como las becas, han diluido el antiguo dilema familiar sobre la cantidad de recursos a destinar a la educación de los hijos. Para muchas familias, que sus hijos estudien ya no supone enormes sacrificios ni renuncias, algo impensable para generaciones anteriores. La socialización de los costes educativos ha hecho que el acceso a niveles superiores se perciba como una opción natural y mayoritaria.

Sin embargo, el dilema resurge desde otra perspectiva. El mercado laboral ha cambiado: ha crecido la oferta de trabajadores cualificados, escasean los técnicos de formación intermedia, y el empleo juvenil es más precario. Así, la cuestión se centra más en un análisis coste-beneficio: el coste de oportunidad de prolongar la formación sin percibir remuneración, unido al reducido diferencial salarial entre quienes poseen estudios superiores y quienes no, además de las dificultades en la inserción laboral para primeros empleos, pueden hacer que sea difícil reducir esa brecha inicial que ocasiona la formación.

Aunque la intuición y la evidencia empírica sugieren una relación positiva entre educación y bienestar, el panorama a nivel individual es más matizado. No hay un consenso científico claro, pues la inversión en formación implica no solo costes económicos y de oportunidad, sino también otros menos tangibles, como expectativas incumplidas o la presión de determinadas profesiones cualificadas.

Esta complejidad se amplifica al trasladar la cuestión al ámbito social, donde la administración debe decidir cómo asignar recursos públicos limitados para maximizar el bienestar colectivo. Aquí surge la pregunta central de nuestro estudio: ¿el gasto público en educación genera realmente una mayor satisfacción con la vida en el conjunto de la población? Esta duda remite a la conocida falacia de la composición: lo que es cierto para una persona no necesariamente lo es para la sociedad. Por eso, resulta fundamental analizar si la inversión pública en educación se traduce efectivamente en un mayor bienestar social, también como una medida de rentabilidad social del gasto.

Para responder a esta cuestión, analizamos datos de encuestas europeas (European Social Survey, EuroBarómetro), que comparan el impacto del gasto público en educación sobre la satisfacción vital de la población. Utilizamos modelos estadísticos que aíslan el efecto específico de esta inversión, diferenciando entre los distintos niveles educativos (primaria, secundaria y superior).

Los resultados muestran matices importantes. El gasto público en educación se asocia, en general, con mayores niveles de satisfacción vital. Sin embargo, este efecto positivo no es homogéneo: al desglosar por niveles, observamos que la inversión en educación superior muestra una relación más clara y significativa con el bienestar subjetivo. Por el contrario, en primaria y secundaria —donde la cobertura es prácticamente universal y la calidad es relativamente elevada en la mayoría de países europeos— el efecto marginal del gasto parece estar saturado, lo que explicaría la ausencia de un impacto estadísticamente significativo. Esto no debe llevar a confusión, ya que no significa que estos niveles minoren el bienestar, sino que el margen de mejora es mucho menor una vez alcanzados ciertos estándares.

En el caso de la educación superior, el impacto positivo puede explicarse no solo por las oportunidades laborales y salariales que brinda, sino también por su papel en el desarrollo personal, la generación de conocimiento y la innovación. Además, la universidad actúa como motor de investigación y produce efectos spillover que benefician al conjunto de la sociedad, desde la transferencia de tecnología hasta la creación de redes sociales y culturales más amplias.

El estudio también revela que el efecto del gasto público en educación sobre el bienestar no es igual para todos. Las características individuales, como la ideología política, influyen en la percepción de los beneficios. Por ejemplo, las personas con una orientación más conservadora muestran un menor efecto sobre su bienestar, aunque positivo, que las personas que se declaran como progresistas o de centro.

En definitiva, la inversión pública en educación puede ser una poderosa herramienta para mejorar la calidad de vida, pero su eficacia depende de múltiples factores. Solo a través de un análisis riguroso y contextualizado podremos diseñar políticas educativas que realmente contribuyan al bienestar social, evitando caer en la falacia de la composición y asegurando que los recursos públicos se utilicen de la forma más eficiente y equitativa posible. En este contexto, es fundamental la evaluación de las políticas públicas implementadas.

 

Artículo original: Rubio-Ortiz, R., Patiño, D., & Gómez-García, F. (2025). Does Public Expenditure on Education Improve Well-Being? International Evidence. Kyklos, 78(3), 1225-1241. https://doi.org/10.1111/kykl.12466